sábado, 30 de abril de 2011

La noche que lo dejaron solo


Un cuento de Juan Rulfo




-¿Por qué van tan despacio? -les preguntó Feliciano Ruelas a los de adelante-. Así acabaremos por dormirnos. ¿Acaso no les urge llegar pronto?



-Llegaremos mañana amaneciendo -le contestaron.



Fue lo último que les oyó decir. Sus últimas palabras. Pero de eso se acordaría después, al día siguiente.



Allí iban los tres, con la mirada en el suelo, tratando de aprovechar la poca claridad de la noche.



"Es mejor que esté oscuro. Así no nos verán." También habían dicho eso, un poco antes, o quizá la noche anterior. No se acordaba. El sueño le nublaba el pensamiento.


Ahora, en la subida, lo vio venir de nuevo. Sintió cuando se le acercaba, rodeándolo como buscándole la parte más cansada. Hasta que lo tuvo encima, sobre su espalda, donde llevaba terciados los rifles.



Mientras el terreno estuvo parejo, caminó deprisa. Al comenzar la subida, se retrasó; su cabeza empezó a moverse despacio, más lentamente conforme se acortaban sus pasos. Los otros pasaron junto a él, ahora iban muy adelante y él seguía balanceando su cabeza dormida.



Se fue rezagando. Tenía el camino enfrente, casi a la altura de sus ojos. Y el peso de los rifles. Y el sueño trepado allí donde su espalda se encorvaba.



Oyó cuando se le perdían los pasos: aquellos huecos talonazos que habían venido oyendo quién sabe desde cuándo, durante quién sabe cuántas noches: "De la Magdalena para allá, la primera noche; después de allá para acá, la segunda, y ésta es la tercera. No serían muchas -pensó-, si al menos hubiéramos dormido de día". Pero ellos no quisieron: Nos pueden agarrar dormidos -dijeron-. Y eso sería lo peor.



-¿Lo peor para quién?



Ahora el sueño le hacía hablar. "Les dije que esperaran: vamos dejando este día para descansar. Mañana caminaremos de filo y con más ganas y con más fuerzas, por si tenemos que correr. Puede darse el caso."



Se detuvo con los ojos cerrados. "Es mucho -dijo-. ¿Qué ganamos con apurarnos? Una jornada. Después de tantas que hemos perdido, no vale la pena". En seguida gritó: "¿Dónde andan?"



Y casi en secreto: "Váyanse, pues. ¡Váyanse!"



Se recostó en el tronco de un árbol. Allí estaban la tierra fría y el sudor convertido en agua fría. Ésta debía de ser la sierra de que le habían hablado. Allá abajo el tiempo tibio, y ahora acá arriba este frío que se le metía por debajo del gabán: "Como si me levantaran la camisa y me manosearan el pellejo con manos heladas."



Se fue sentando sobre el musgo. Abrió los brazos como si quisiera medir el tamaño de la noche y encontró una cerca de árboles. Respiró un aire oloroso a trementina. Luego se dejó resbalar en el sueño, sobre el cochal, sintiendo cómo se le iba entumeciendo el cuerpo.




Lo despertó el frío de la madrugada. La humedad del rocío.



Abrió los ojos. Vio estrellas transparentes en un cielo claro, por encima de las ramas oscuras.



"Está oscureciendo", pensó. Y se volvió a dormir.



Se levantó al oír gritos y el apretado golpetear de pezuñas sobre el seco tepetate del camino. Una luz amarilla bordeaba el horizonte.



Los arrieros pasaron junto a él, mirándolo. Lo saludaron: "Buenos días", le dijeron. Pero él no contestó.



Se acordó de lo que tenía que hacer. Era ya de día. Y él debía de haber atravesado la sierra por la noche para evitar a los vigías. Este paso era el más resguardado. Se lo habían dicho.



Tomó el tercio de carabinas y se las echó a la espalda. Se hizo a un lado del camino y cortó por el monte, hacia donde estaba saliendo el sol. Subió y bajó, cruzando lomas terregosas.


Le parecía oír a los arrieros que decían: "Lo vimos allá arriba. Es así y asado, y trae muchas armas."



Tiró los rifles. Después se deshizo de las carrilleras. Entonces se sintió livianito y comenzó a correr como si quisiera ganarles a los arrieros la bajada.



Había que "encumbrar, rodear la meseta y luego bajar". Eso estaba haciendo. Obre Dios. Estaba haciendo lo que le dijeron que hiciera, aunque no a las mismas horas.



Llegó al borde de las barrancas. Miró allá lejos la gran llanura gris.



"Ellos deben estar allá. Descansando al sol, ya sin ningún pendiente", pensó.



Y se dejó caer barranca abajo, rodando y corriendo y volviendo a rodar.



"Obre Dios", decía. Y rodaba cada vez más en su carrera.



Le parecía seguir oyendo a los arrieros cuando le dijeron: "¡Buenos días!" Sintió que sus ojos eran engañosos. Llegarán al primer vigía y le dirán: "Lo vimos en tal y tal parte. No tardará el estar por aquí."



De pronto se quedó quieto.



"¡Cristo!", dijo. Y ya iba a gritar: "¡Viva Cristo Rey!", pero se contuvo. Sacó la pistola de la costadilla y se la acomodó por dentro, debajo de la camisa, para sentirla cerquita de su carne. Eso le dio valor. Se fue acercando hasta los ranchos del Agua Zarca a pasos queditos, mirando el bullicio de los soldados que se calentaban junto a grandes fogatas.



Llegó hasta las bardas del corral y pudo verlos mejor; reconocerles la cara: eran ellos, su tío Tanis y su tío Librado. Mientras los soldados daban vuelta alrededor de la lumbre, ellos se mecían, colgados de un mezquite, en mitad del corral. No parecían ya darse cuenta del humo que subía de las fogatas, que les nublaba los ojos vidriosos y les ennegrecía la cara.



No quiso seguir viéndolos. Se arrastró a lo largo de la barda y se arrinconó en una esquina, descansando el cuerpo, aunque sentía que un gusano se le retorcía en el estómago.



Arriba de él, oyó que alguien decía:



-¿Qué esperan para descolgar a ésos?



-Estamos esperando que llegue el otro. Dicen que eran tres, así que tienen que ser tres. Dicen que el que falta es un muchachito; pero muchachito y todo, fue el que le tendió la emboscada a mi teniente Parra y le acabó su gente. Tiene que caer por aquí, como cayeron esos otros que eran más viejos y más colmilludos. Mi mayor dice que si no viene de hoy a mañana, acabalamos con el primero que pase y así se cumplirán las órdenes.



-¿Y por qué no salimos mejor a buscarlo? Así hasta se nos quitaría un poco lo aburrido.



-No hace falta. Tiene que venir. Todos están arrendando para la Sierra de Comanja a juntarse con los cristeros del Catorce. Éstos son ya de los últimos. Lo bueno sería dejarlos pasar para que les dieran guerra a los compañeros de Los Altos.



-Eso sería lo bueno. A ver si no a resultas de eso nos enfilan también a nosotros por aquel rumbo.



Feliciano Ruelas esperó todavía un rato a que se le calmara el bullicio que sentía cosquillearle el estómago. Luego sorbió tantito aire como si se fuera a zambullir en el agua y, agazapado hasta arrastrarse por el suelo, se fue caminando, empujando el cuerpo con las manos.



Cuando llegó al reliz del arroyo, enderezó la cabeza y se echó a correr, abriéndose paso entre los pajonales. No miró para atrás ni paró en su carrera hasta que sintió que el arroyo se disolvía en la llanura.



Entonces se detuvo. Respiró fuerte y temblorosamente.




martes, 26 de abril de 2011

¿CARRO DESCOMPUESTO?

 

Alberto Nuñez Esteva

Abril / 2011

 

 

¿Qué podemos esperar de esta legislatura?  Ojalá me  equivoque, ojalá tenga que tragarme todas mis palabras. Esto sería lo mejor para el país, porque sería el indicativo que los senadores y diputados habrían cumplido finalmente con su misión de legislar, de legislar a favor de la ciudadanía a quien representan, de legislar a favor del país, de legislar con visión de Estado, esto es, pensando en las próximas generaciones y no sólo en las próximas elecciones, de legislar sin llevar agua a su molino. Sin embargo soy  pesimista, muy pesimista a la luz de los resultados obtenidos hasta la fecha, y también por el ambiente que priva entre los partidos y al interior de los mismos. La sociedad está cada vez más decepcionada de éstos.

 

La dificultad en el Congreso para llegar a acuerdos que faciliten la gobernabilidad e impulsen el desarrollo integral del país es notoria. Se pierde el tiempo en los repulsivos actos del señor Noroña y sus comparsas, pero no se avanza en lo que debiera avanzarse. La reforma hacendaria continúa atorada; la reforma laboral, atorada ¿Y qué se puede decir de las reformas necesarias para evitar las prácticas monopólicas´? ¿Y para alcanzar la educación de calidad que tanto necesitamos? ¿Y de la reforma a las telecomunicaciones?, ¿Y de aquellas necesarias para mejorar nuestro lamentable sistema de justicia? La lista es larga, muy larga, pero para muestra basta un botón.

 

¿Qué nos ha recetado este Congreso? La reforma energética, en la que depositamos tanta esperanza, resultó el parto de los montes, una simple y deficiente reforma petrolera; la reforma fiscal fue de risa y por eso ahora se requiere una verdadera reforma hacendaria; pero lo que es peor, la reforma electoral, finalmente aprobada, atenta en contra de los ciudadanos y pretende amordazarnos ¿Lo lograrán? El IFE ha sido atropellado por la partidocracia y el Congreso ha sido incapaz de cumplir con la responsabilidad de nombrar, en tiempo y forma,  a quienes deben ocupar los tres puestos vacantes.

 

Ahora me voy a referir a la indispensable reforma política, la que algunos, entre ellos yo, consideramos la madre de todas las reformas ¿Por qué? Porque a través de ella se puede impulsar la formación de mayorías que permitan alcanzar acuerdos en el Congreso y romper la parálisis actual; porque se cuenta con iniciativas en la materia tanto de la presidencia de la república como de los principales partidos políticos a través de las cuales se plantean propuestas, en muchos casos coincidentes, sobre temas de vital importancia; entre otros están: la reducción del número de senadores y diputados; la segunda vuelta electoral; la reelección de legisladores y presidentes municipales; las candidaturas ciudadanas independientes; la iniciativa preferente del ejecutivo; el referéndum y el plebiscito; la iniciativa ciudadana; la ratificación del gabinete; el juicio político y de procedencia.  Muchas de estas propuestas, es importante señalarlo, han sido recogidas  tanto de la ciudadanía como de expertos en la materia, lo que es esperanzador.

El tiempo para aprobar la reforma política y que ésta entre en vigor antes de que el nuevo régimen tome posesión el 1 de diciembre del 2012 es perentorio, pues implica una reforma constitucional. No hay tiempo que perder.

 

Los mexicanos, que no la mayoría de los latinoamericanos, estamos  decepcionados de los resultados de la democracia e insatisfechos, en un alto porcentaje, con este sistema de gobierno ¿o de vida? que nos costó tanto esfuerzo conquistar. Pasar de un régimen autoritario a una democracia aún incipiente, fue una hazaña que vale la pena recordar. Pero nuestro sistema político no está funcionando adecuadamente y nuestro Congreso es muestra fidedigna de ello. Los señores diputados están a la mitad de su ejercicio, los señores senadores han ejercido ya las tres cuartas partes de él ¿Los recordaremos como una legislatura que hizo historia –si aprueban las reformas que requiere el país- o como una más que rinde cuentas malas, muy malas, y contribuye a que la democracia se siga deteriorando al acelerado ritmo en que se está deteriorando el país?

 

Ellos y sólo ellos tienen la última palabra. A los ciudadanos nos toca exigirles y juzgarlos.

 



sábado, 23 de abril de 2011

YO, DUEñO DE PEMEX, PREGUNTO

 

Alberto Nuñez Esteva *

 

 Cada pueblo tiene el gobierno

que se merece

José de Maistre

 

Gracias, Señor Presidente, por recordarme, con motivo de los recientes festejos del 73 aniversario de la expropiación petrolera, que los dueños de Pemex no son los partidos políticos, ni gobierno alguno, ni es la caja chica de nadie, sino que pertenece a todos los mexicanos, y como yo soy uno de ellos, pregunto a quienes han tenido la responsabilidad del manejo de mi empresa:

 

1.- ¿Quién responde por la pérdida neta que sufrió Pemex en el 2010 por $47,463 millones? ¿Y por la del 2009, que ascendió $94,882 millones? ¿Y por el patrimonio negativo, sí, negativo de mi empresa, que asciende a $ 113,783 millones (lo que quiere decir que está en quiebra técnica)?

 

2.- ¿Quién responde por el pasivo a fin del año pasado que ascendía a 121.000 millones de dólares (en pesos ya se hace difícil manejar y entender tantos ceros) incluyendo una reserva para beneficios de los empleados por 53,521 millones de dólares, que se incrementó en 14.7% este último año? ¿Cómo se van a pagar esos beneficios si no han sido fondeados por mi empresa? ¿Estamos conscientes de que este adeudo con los empleados representa más del 5% de PIB nacional?

 

3.- ¿Quién responde por los rendimientos negativos de operación en el 2010 por $ 155,643 millones  en refinación y por $15,362 millones en petroquímica? Es indispensable que el Consejo de Pemex responda con claridad y objetividad ante el reclamo de la ciudadanía acerca de las causas por las cuales pierden tanto dinero nuestras refinerías y nuestras empresas petroquímicas ¿Por qué ellas pierden mientras otras empresas similares en el mundo tienen jugosas utilidades, incluyendo Deer Park en donde Pemex está asociada con capital extranjero en los Estados Unidos? ¿Por qué estamos importando  casi 5 de cada 10 litros de los combustibles que se consumen en el país? Estas compras se han disparado del 2000 al 2010 de U$1,298 millones de dólares a $10,535 millones (casi diez veces más, según El Economista, enero del 2011)

 

4,- ¿Quién responde por la caída en la producción de crudo de 3,256 millones de barriles diarios en 2006 a 2,576 millones en el 2010?

 

5.- ¿Cómo es posible que en el 2010 el número de tomas clandestinas en ductos de Pemex, mi empresa, se haya elevado a 710 y por ahí se hayan robado 2,162 millones de barriles, que valuados a 80 dólares por barril nos da un importe superior a  $2,000 millones de pesos? ¿Quién transporta esta mercancía y cómo lo hace?  ¿Quién refina este petróleo? ¿En dónde se vende? ¿Será muy difícil controlar que los productos que salen de una planta de Pemex lleguen al lugar al que están destinados?

 

6.- En una ponencia que presenté en la Cámara de Senadores el 17 de julio del 2008 destacaba yo lo siguiente: "Al terminar el 2007 se tenían 67,016 jubilados, 113,083 trabajadores sindicalizados y 28,063 empleados de confianza, lo que quiere decir que los jubilados representan el 47% de la fuerza laboral total, o dicho en otros términos, hay un jubilado por cada 2.1 trabajadores en activo. El contrato colectivo de trabajo muestra concesiones al sindicato fuera de toda proporción, derivadas de un desequilibrio histórico en las negociaciones entre patrón y trabajadores. Mientras que en una empresa privada este desequilibrio puede ocasionar la quiebra de la fuente de trabajo, en un organismo público descentralizado, como es Pemex, el costo exagerado de las prestaciones lo absorbemos finalmente los contribuyentes" ¿Qué solución presentan a este problema? Usted, Señor Presidente, señaló enfáticamente en su intervención el pasado 18 de marzo "…deben atenderse los problemas de la paraestatal, principalmente los de sus finanzas, pero sin perjudicar los derechos de los trabajadores" Yo pregunto: ¿Y los intereses de los ciudadanos?

 

Carlos Romero Deschamps , líder del Sindicato Petrolero (¿Cuántos años?) descalificó a los funcionarios de Pemex en la multicitada ceremonia de la expropiación petrolera, a quienes reclamó, "no es aceptable que la profesionalización de los directivos que necesita la industria no coincida con la designación de personas que no cumplen con los perfiles y experiencia requeridos" ( El Universal y Milenio). Coincido con la apreciación del líder sindical, a la luz de los resultados obtenidos.

 

Señor Presidente, usted asevera que yo soy uno de los dueños de Pemex y lo creo, pero mi empresa ha sido saqueada por la Secretaría de Hacienda, al llevarse  todas sus utilidades y más, porque carece de los recursos necesarios para atender los requerimientos de la nación. La falta de una reforma fiscal integral es una de las grandes deudas que tienen los legisladores y los hombres en el poder con la ciudadanía. Pemex es su caja chica o ¿grande?, sin considerar el daño que le causan.

 

Los beneficiarios de Pemex, de la empresa en la que todos los mexicanos somos sus accionistas, son la Secretaría de Hacienda y el Sindicato.  A mí, supuesto dueño, sólo me queda elevar mi voz –como ya lo he hecho en ocasiones anteriores- una voz en el desierto que se pierde entre la demagogia y el populismo de los repetidos discursos que iluminan la ceremonia anual de la expropiación petrolera.

 

Me da envidia la visión de una empresa como Petrobras, la empresa estatal brasileña que ha entendido el futuro, y no se ha refugiado en un nacionalismo anacrónico, sostenido en nuestro país únicamente por sus beneficiarios. Rechazo la pobre y raquítica reforma energética del 2008, reforma que, a pesar de magníficas aportaciones de expertos que concurrieron al diálogo convocado por el Senado, fue tan pequeña como aquellos diputados y senadores que finalmente la aprobaron.

 

Yo, dueño de Pemex, he hecho seis preguntas. ¿Quién responde?

 

*Presidente de Sociedad en Movimiento

ton_nunez@hotmail.com

 

 

 

Anécdota del tren

 

 

Quevir Roquedal

 

 

 

(Hecho ocurrido en 1892, verdadero y parte de una biografía)

 

Un señor de unos 70 años viajaba en el tren, teniendo a su lado a un joven universitario que leía su libro de Ciencias. El caballero, a su vez, leía un libro de portada negra. Fue cuando el joven percibió que se trataba de la Biblia y que estaba abierta en el Evangelio de Marcos.

 

Sin mucha ceremonia, el muchacho interrumpió la lectura del viejo y le preguntó:

 

- Señor, ¿usted todavía cree en ese libro lleno de fábulas y cuentos?

 

- Sí, mas no es un libro de cuentos, es la Palabra de Dios. ¿Estoy equivocado?

 

- Pero claro que lo está. Creo que usted señor debería estudiar Historia Universal. Vería que la Revolución Francesa, ocurrida hace más de 100 años, mostró la miopía de la religión.

Solamente personas sin cultura todavía creen que Dios hizo el mundo en 6 días. Usted señor debería conocer un poco más lo que nuestros Científicos dicen de todo eso.

 

- Y... ¿es eso mismo lo que nuestros científicos dicen sobre la Biblia?

 

- Bien, como voy a bajar en la próxima estación, no tengo tiempo de explicarle, pero déjeme su tarjeta con su dirección para mandarle material científico por correo con la máxima urgencia.

 

El anciano entonces, con mucha paciencia, abrió cuidadosamente el bolsillo derecho de su bolso y le dio su tarjeta al muchacho. Cuando éste leyó lo que allí decía, salió cabizbajo, sintiéndose peor que una ameba.

 

En la tarjeta decía:

 

Profesor Doctor Louis Pasteur


Director General del Instituto de Investigaciones Científicas

Universidad Nacional de Francia

 

'Un poco de Ciencia nos aparta de Dios.

 

Mucha, nos aproxima'.

 

Dr. Louis Pasteur

 

Postdata: El mayor placer de una persona inteligente es aparentar ser idiota delante de un idiota que aparenta ser inteligente

 

 

De cualquier color

 

 

Juan José Saer

Julio / 2008

 

 

Palabra de honor, no la había visto en la perra vida. Eran |a como la una y media de la mañana, en pleno enero, y como el Gallego cierra el café a la una en punto, sea invierno o verano, yo me iba para mi casa, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, caminando despacio y silbando bajito bajo los árboles. Era sábado, y al otro día no laburaba. La mina arrimó el Falcon al cordón de la vereda y empezó a andar a la par mía, en segunda. Cómo habré ido de distraído que anduvimos así cosa de treinta metros y ella tuvo que frenar y llamarme en voz alta para que me diera vuelta. Lo primero que se me cruzó por la cabeza era que se había confundido, así que me quedé parado en medio de la vereda y ella tuvo que volverme a llamar. No sé qué cara habré puesto, pero ella se reía.


-¿A mí, señora? -le digo, arrimándome.


-Sí -dice ella-. ¿No sabe dónde se puede comprar un paquete de americanos?


Se había inclinado sobre la ventanilla, pero yo no podía verla bien debido a la sombra de los árboles. Los ojos le echaban unas chispas amarillas, como los de un gato; se reía tanto que pensé que había alguno con ella en el auto y estaban tratando de agarrarme para la farra. Me incliné.


-¿Americanos? ¿Cigarrillos americanos?


-Sí -dijo la mina. Por la voz, le di unos treinta años.


El Gallego sabe tener importados de contrabando, una o dos cajas guardadas en el

dormitorio. Si uno de nosotros se quiere tirar una cana al aire, se lo dice y el Gallego le contesta en voz baja que vuelva a los quince minutos.


-De aquí a tres cuadras hay un bar -le dije-. Sabe tener de vez en cuando. Tiene que

ir hasta Crespo y la Avenida. ¿Conoce?


-Más o menos -dijo.


Me preguntó si estaba muy apurado y si quería acompañarla. "Zápate, pensé; una jovata alzada que quiere cargarme en el coche para tirarse conmigo en una zanj a cualquiera" . El corazón me empezó a golpear fuerte dentro del pecho. Pero después pensé que si por casualidad el Gallego no había cerrado todavía y me veía aparecer con semejante mina en un bote como el que manejaba, bajándome a comprar cigarrillos americanos, todo el barrio iba a decir al otro día que yo estaba dándome a la mala vida y que estaba por dejar de laburar para hacerme cafisio. Para colmo, en verano las viejas son capaces de amanecer sentadas en la vereda.


-Ya debe de estar cerrado -le dije, y no sé en qué otra parte puede haber.


La mina me tuteó de golpe.


-¿Tenés miedo? -dijo, riéndose.


Encendió la luz de adentro del coche.


-¿No ves que estoy sola? -dijo.


Mi viejo era del sur de Italia, y los muchachos me cargan en cuestión minas, porque dicen que yo, aparte de laburar y amarrocar para casarme, no pienso en otra cosa. Dicen que los que venimos de sicilianos tenemos la sangre caliente. No sé si será verdad, y no pude ver mi propia cara, pero por la risa de ella me di cuenta de que con uno solo de los muchachos que hubiese estado presente, en lo del Gallego me habrían agarrado de punto para toda la vida. Era rubia y tostada y llena por todas partes, que parecía una estrella de cine. "No me lo van a creer", pensé. "No me lo van a creer cuando se los cuente". Sentí calor en los brazos, en las piernas y en el estómago. Tragué saliva y me incliné más y ella me dio lugar para que me apoyara en el marco de la ventanilla. Tenía un vestido verde ajustado y alzado tan arriba de las rodillas, seguro que para manejar más cómoda, que poco más y le veo hasta el apellido. ¡Hay que ver cómo son las minas de ahora! ¡Y pensar que la hermana de uno es capaz de andar en semejante pomada, y uno ni siquiera enterarse!


-No -le dije-, qué voy a tener miedo. ¿Miedo de qué?


-Y, no sé -dijo ella-. Como no querés acompañarme...


A las minas hay que hacerlas desear; cuando uno más se hace el desentendido, a ellas más les gusta la pierna, sobre todo si se avivan de que uno es piola. Ahí no más la traté de vos.


-¿Acompañarte adónde? -le dije.


-No te hagás el gil -me dijo ella, sonriendo. Después se puso seria-. Ando buscando gente para ir a una fiesta.   Cosa curiosa: se reía con la mitad de la cara, con la boca nada más, porque los ojos amarillos no parecían ni verme cuando se topaban conmigo.


-No estoy vestido -le dije.


Ahí sí me miró fijo, a los ojos.

 

-Subí -me dijo.

 

Abrí la puerta, despacio, mirándola; ella se corrió al volante, y yo me senté sobre el tapizado rojo protegido con una funda de nailon. Pensé que ver la vida desde un bote así, siempre, es algo que debe reconciliarlo a uno con todo: con la mala sangre del laburo, los gobiernos de porquería y lo traicionera que es la mujer. Le puse la mano sobre la gamba mientras lo pensaba: tenía la carne dura, caliente, musculosa, y yo sentía los músculos contraerse cuando apretaba el acelerador. "No me lo van a creer cuando se los cuente", pensé, y como vi que la mina me daba calce me apreté contra ella y le puse la mano en el hombro.


-¿Dónde es la fiesta? -le pregunté.


-En mi casa -dijo vigilando el camino, sin mirarme.

 

Doblamos en la primera esquina y empezamos a correr en dirección a la Avenida. Dejamos atrás las calles oscuras y arboladas, y a las dos cuadras nos topamos con la Avenida iluminada con la luz blanca de las lámparas a gas de mercurio. Había bailes por todas partes, se ve, porque los coches corrían en todas direcciones y mucha gente bien vestida andaba en grupos por las veredas, hombres de traje azul o blanco o en mangas de camisa, y mujeres con vestidos floreados. De golpe me acordé que en Gimnasia y Esgrima estaban D'Arienzo y Varela-Varelita, y por un momento me dio bronca que se me hubiese pasado, pero cuando sentí la gamba de la mina moviéndose contra la mía para aplicar el freno, pensé: "Pobres de ellos". El Falcon entró en la Avenida y empezó a correr hacia el norte.


-Separáte un poco hasta que pasemos la Avenida -me dijo la mina.


Ibamos a noventa por la Avenida por lo menos. Se ve que a la mina le gustaba correr, cosa que no me gustó ni medio, porque había mucho tráfico a esa hora, y la Avenida no es para levantar tanta velocidad. Cuando la Avenida se acabó, doblamos por una calle oscura, llena de árboles, y la mina aminoró la marcha, para cuidar los elásticos por cuestión del empedrado. Yo volví a juntarme con ella y ella se rió. Se dejó besar el cuello y me pidió un cigarrillo.


-Fumo negros -le dije.


-No importa -dijo ella.


Le puse el Particular con filtro en los labios y se lo encendí con la carucita. La llama le iluminó los ojos amarillos, que miraban fija la calle adelante, como si no la vieran. La luz de los faros hacía brillar las hojas de los paraísos. No se veía un alma por la zona. Cuando le toqué otra vez la pierna me pareció demasiado dura, como si fuera de piedra maciza, y ya no estaba caliente. No voy a decir que estaba fría, la verdad, pero le noté algo raro. A la mitad de la cuadra, en la calle oscura, aplicó los frenos y paró el coche al lado del cordón. La casa era chiquita y el frente bastante parecido al de mi casa, con una ventana a cada lado de la puerta. De una de las ventanas salían unos listones de luz a través de las persianas que apenas se alcanzaban a distinguir. La mina apagó todas las luces del auto y se echó contra el respaldar del asiento, suspirando y dándole dos o tres pitadas al cigarrillo. Después tiró el pucho a la vereda.


-Llegamos -dijo.


A mí me la iba hacer tragar, de que con semejante bote iba a vivir ahí. Era un bulín, clavado, pero no se lo dije, porque me fui al bofe en seguida, y ella me dejó hacer. Estuvimos como cinco minutos a los manotazos, y me dejó cancha libre; pero no sé, había algo que no funcionaba, me daba la impresión de que con todo, ella seguía mirando la calle por arriba de mi cabeza con sus ojos amarillos. Después me acarició y me dijo despacito:


-Vení, vamos a bajar. No hagás ruido.


Bajamos, y ella cerró la puerta sin hacer ruido. La puerta de calle del bulín estaba sin llave y el umbral estaba negro, no se veía nada. Al fondo nomás se alcanzaba a distinguir una lucecita, reflejo de la luz encendida de alguno de los cuartos, la que se veía desde la calle, seguro. Por un momento tuve miedo de que estuviera esperándome alguno para amasijarme, pero después pensé que una mina que aparecía en un Falcon no podía traer malas intenciones. En seguida se me borraron los pensamientos, porque la cosa me agarró la mano, se apoyó en la pared y me apretó contra ella, cerrando la puerta de calle. Me empezó a pedir que le dijera cosas, y yo le dije "corazón", o "tesoro", o algo así; pero ella me dijo con una especie de furia, sacudiendo la cabeza, que no era eso lo que quería escuchar, sino algo diferente. Era feo lo que quería, la verdad; para qué vamos a decir una cosa por otra. Y cuando empecé a decírselas -uno pierde la cabeza en esos casos, queda como ciego y hace lo que le piden- me pidió que se las dijera más fuerte. Yo estaba casi gritándoselas cuando ella dejó de escucharme, me agarró de la manga de la camisa y caminando rápido, casi corriendo, me arrastró hasta el dormitorio, que era la pieza que estaba con la luz encendida. No había más que la cama de dos plazas y una silla. Me dio la impresión de que no había un mueble más en toda la casa. Con ese coche, y un bulín tan desprovisto. Pensé que no le interesaba más que la cama y una silla cualquiera para dejar la ropa.


Se desnudó rápido, y yo también. Nos metimos en la cama. Al inclinarme sobre la mina pensé que si no la hubiese encontrado en la vereda de mi barrio, en ese momento estaría durmiendo en mi cama, hecho una piedra, como muerto, porque yo nunca sueño. Quién la había hecho doblar por esa esquina, y quién me había hecho a mí ir al bar del Gallego, y quién me había hecho retirarme a la hora que me retiré para que ella me encontrara caminando despacio bajo los árboles, es algo que siempre pienso y nunca digo, para que no me tomen para la farra. Ahí nomás me le afirmé y empecé a serruchar y ella me fue respondiendo con todo, cada vez más. Las minas se ablandan a medida que el asunto empieza a avanzar; tienen varias marchas, como el Falcon: pasan de la primera a la segunda, y después a la tercera, y hasta a la cuarta, para la marcha de carretera. Uno, en cambio, se larga en primera y atodavelocidad, y a la mitad del camino queda fundido. Algo siguió funcionando dentro de ella después que yo terminé, porque todo el cuerpo se le puso duro y áspero como un tablón de madera y cerró los ojos, y agarrándome los hombros me apretó tan fuerte que al otro día cuando desperté en mi casa todavía sentía un ardor, y mirándome en el espejo vi que tenía todo colorado. Después la mina se aflojó y se puso a llorar bajito. Lloró sin decir palabra durante un rato y después empezó a hablar. "Siempre lo mismo", pensé. "Primero te hacen hacer cualquier locura, y después que te sacaron el jugo como a una naranja, se ponen a llorar".


-¿Qué me hacés hacer? -dijo la mina, llorando bajito- . ¿Hasta cuándo vamos a seguir haciéndolo? ¿Todo esto en nombre del amor? ¿Para no separarnos? Es insoportable .


Lloraba y sacudía la cabeza contra la almohada húmeda. Insoportable. Insoportable -decía, mirando siempre fijo por encima de mi cabeza con sus ojos amarillos.


Yo no le dije nada, porque si uno se pone a discutir con una mina en esa situación, seguro que la mina termina cargándole el muerto. "Me he hecho llamar puta para vos en el umbral", dijo la mina. Ahí empezó a pegar un alarido que cortó por la mitad, como si se ahogara, y siguió llorando. No tuve tiempo de pensar nada, y no por falta de voluntad, porque en el momento en que la mina dijo eso y trató de pegar el alarido, ya había empezado a trabajarme el balero y a hacerme sentir que esa mirada amarilla que la mina no parecía fijar en ninguna parte, había estado siempre fija en algo que nadie más que ella veía; tanto me trabajó el balero que estuve a punto de pensar que yo no era más que la sombra de lo que ella veía. Pero el llanto del tipo sonó atrás mío antes de que yo empezara a carburar, y ése fue el momento en que salté de la cama, desnudo como estaba: justo cuando sonó su voz, entorpecida por el llanto.


-Dios mío. Dios mío -dijo.


Estaba parado en la puerta del dormitorio, en pantalón y camisa. Se tapaba la cara con la mano, y no paraba de llorar. Pensé que era el macho o el marido y que nos había pescado con las manos en la masa, y me vi fiambre. Pero ni se fijó en mí. La mina estaba desnuda sobre la cama y lloraba mirándolo al punto que seguía con la cara tapada con la mano y no paraba de llorar. Si antes yo había sentido que era como una sombra, ahora sentía que ni eso era. "Dios mío. Dios mío", era todo lo que decía el tipo. Y la mina lo miraba fijamente y lloraba sin hablar. Cuando terminé de vestirme me acerqué a la cama.


-Señora -dije-.


La mina ni me miró. Tenía los ojos amarillos clavados en el tipo y pareció no escucharme.


-¿Estás satisfecho? -dijo-. ¿Estás satisfecho?


-Amor mío -dijo el tipo, sin sacarse la mano de la cara.


Salí abrochándome el cinto y tuve que ponerme de costado para pasar por la puerta, porque el tipo ni se movió. Tenía una camisa blanca desabrochada hasta más abajo del pecho y se le veía la piel tostada. Se notaba a la legua que estaba quedándole poco pelo en la cabeza, porque eso que la mano dejaba ver encima de las cejas medias levantadas, era más alto que una frente. Parecía recién bañado, por el olor que le sentí. Para mí que había estado todo el día al sol, en el río, tanta fue la sensación de salud que me dio cuando pasé al lado de él.


Atravesé el umbral negro y salí a la calle. El Falcon estaba ahí, con las luces apagadas. Me paré un momento delante de las rayitas de luz que se colaban a la calle, y arrimando el oído a la persiana del dormitorio los oí llorar. Traté de espiar por las rendijas de la ventana, pero no vi una papa. Solamente escuché otra vez la voz de la mina, diciendo esta vez ella "Amor mío" y después cómo lloraban los dos, y después nada más. Me paré recién un par de cuadras más adelante, porque empezó a fallarme la carucita, y aunque no había viento me tuve que arrimar a la pared para poder encender el Particular con filtro que me temblaba apenas en los labios . Con el primer chorro de humo seguí caminando bajo los árboles oscuros, pero ni silbé nada, ni me puse las manos en los bolsillos del pantalón. Tenía la espalda pegada a la camisa, que estaba hecha sopa. Cuando tiré el Particular con filtro y encendí el otro, sobre el pucho, la carucita no me falló, y llegué a la Avenida. Pensé en el bar del Gallego y en los muchachos, y en la cara que hubiesen puesto si se me hubiese dado por contárselo. Había menos gente en la Avenida, pero seguro que al terminar todos los bailes las calles iban a llenarse otra vez . Miré y vi que estaba lejos del barrio, y sintiendo en la cara un aire fresco que estaba empezando a correr, me apuré un poco, cosa de no perder el último colectivo.