jueves, 15 de diciembre de 2011

Recuerdos inolvidables de Navidad

 

Pot: Raúl Espinoza Aguilera

Fuente: Yoinfluyo.com

 

Aquella tarde me encontraba tranquilamente en mi casa. Tenía escasamente cinco años. Mis vecinos daban clases de catecismo en la parroquia de la ciudad. Uno de ellos, mi amigo Armando, de unos 13 años, me invitó a que lo acompañara a la posada que habían preparado para unos 200 niños pobres.

 

-¿Pero yo qué voy a hacer allí? –le pregunté. -¡Necesitamos brazos que nos ayuden para atender a tantos niños, ya verás! –me respondió con decisión y soltura. Así que los acompañé. Observé que aquellos pequeños realmente eran de condición muy modesta y vestían pobremente.

 

Por esos años, a mi padre le había ido mal en la agricultura y la verdad no esperábamos grandes regalos con ocasión de la Navidad, contando además que éramos siete hermanos. Al inicio del evento, se rompieron numerosas piñatas preparadas en la parroquia. Me sorprendió la algarabía de los niños. Pero el clímax fue cuando hicieron largas filas para recibir regalos y sus bolsas de dulces y chocolates.

 

Me pidieron que yo repartiera esas golosinas en una de las colas y, a la vuelta de tantos años, me resultan inolvidables aquellos rostros llenos de alegría y regocijo por recibir esos aquellos sencillos obsequios. Algunos daban saltos de júbilo; otros me pedían dos bolsas; algún otro, un regalo adicional. Era un ambiente de fiesta infantil y, por supuesto, se entonaron cánticos navideños.

 

Reconozco que aquella experiencia tuvo un fuerte impacto para mí porque me hizo pensar en varias cosas: a) si yo consideraba que en mi familia estábamos pasando por apuros económicos, había niños que no tenían prácticamente nada; b) sin embargo, con aquellos modestos obsequios esos niños de mi edad eran inmensamente felices; c) que si me lo proponía y era generoso, podría servir más a esas personas tan necesitadas de todo y ser un instrumento que contribuyera a su alegría y bienestar.

 

Otro recuerdo inolvidable fue al año siguiente, cuando mi madre me dijo: -Vamos a casa de la familia del licenciado Castro, que acaban de venirse a vivir a Sonora. Ellos son de la Ciudad de México y suelen organizar las posadas tradicionales cristianas, ¡son muy hermosas, te van a encantar!

 

Habría que decir, como antecedente, que en ese estado fronterizo -como tantos otros, por influencia norteamericana- al hablar de la Navidad se relacionaba invariablemente con "Santa Claus" y muy poco con el nacimiento del Niño-Dios y los Reyes Magos.

 

Me acuerdo que era una noche fría, cuajada de estrellas. Era un espectáculo imponente. Y por aquel amplio jardín de la familia Castro todos los asistentes a esa posada, seguimos a los Peregrinos -Jesús, María y José-, mientras rezábamos el santo rosario y cantábamos las letanías o alabanzas a la Madre de Dios.

 

Antes, la señora de la casa nos explicó en líneas generales qué significaba la fiesta de la Posada y su hondo sentido cristiano. Al finalizar, nos ofrecieron un sabroso ponche caliente.


Esa Navidad descubrí que el festejo medular era la Encarnación, la venida de Cristo al mundo para redimirnos y no el "dichoso" Santa Claus que tanto se promovían en los aparadores de las tiendas de juguetes infantiles y en los comerciales.

 

Cuando terminó aquella primera e inolvidable Posada, recuerdo que me quedé reflexionando y mirando detenidamente el cielo nocturno con tan abundantes estrellas. Esa noche había encontrado el sentido profundo de la Navidad, y venía a mi mente aquella conocida frase de las Sagradas Escrituras que se solía colocar en los Nacimientos: "Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad".

 

Esta familia Castro también estaba pasando por privaciones económicas, sin embargo, en ese hogar, con numerosa prole, reinaba la alegría y la felicidad.

 

Pienso que es justamente uno de los grandes mensajes que nos dejó Jesucristo al querer nacer en un humilde portal de Belén. Porque, ¿no era lógico pensar que san José, en su taller y hogar de Nazaret, como buen padre y carpintero le habría fabricado una cunita al Niño-Dios?

 

¿Y la Virgen María no prepararía, para ese esperado día del Nacimiento: ropa, lienzos y ropones para acoger dignamente al Hijo de Dios y que tan bien lo saben hacer las manos femeninas?

 

Pero, Dios en su Providencia, quiso cambiar esos planes. El Emperador César Augusto -comenta el Evangelista San Lucas- quiso que todo el mundo se empadronara. A san José y a santa María les tocó hacerlo en el poblado de Belén y dejar temporalmente su hogar de Nazaret. Y nos dieron un admirable ejemplo de cómo hay que cumplir con los deberes cívicos, aún en una situación complicada como lo es un embarazo avanzado.

 

"Y sucedió que, estando allí, le llegó la hora del parto, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no hubo lugar para ellos en la posada" (Lucas 2, 7).

 

Así de sobrio es el texto evangélico pero qué duro debió de haber resultado para ellos que no hubiera posada y se vieran en la forzosa necesidad de que diera a luz en un pesebre.

 

¡El Rey del Universo, poseedor de todo lo creado, quiso nacer en la más extrema pobreza! Luego entonces, aún en medio de nuestra actual sociedad de consumo, el Señor quiere que le imitemos, que amemos también las privaciones económicas que nos puedan sobrevenir a lo largo de nuestra vida; que vivamos con sobriedad, templanza y desprendidos de los bienes materiales, y siempre con alegría, para no tener ataduras que nos impidan ver el Rostro de Dios.

 

 

 

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