miércoles, 4 de julio de 2012

Ella eutanasia, él suicidio ¿amor?


Antero Duks

Llegó a mis manos un artículo publicado por Human Life International, escrito por Denise J. Hunnell, M.D., sobre el caso de Charles y Adrienne Snelling, publicado por The Washington Post. Se diagnosticó alzheimer a Adrienne quien manifestó su deseo de morir habiendo perdido toda esperanza de "una vida buena" (sic).

Comprendemos lo que quiso decir la señora Snelling con "vida buena", una referencia a una vida sin sufrimiento físico, psíquico o moral, como la angustia que origina la pérdida progresiva de la memoria y de otras facultades, que le daban autonomía y una existencia útil y normal a nivel pragmático. Comprendemos también la visión que nace de una vida que ha puesto a Dios entre paréntesis.

El razonamiento de los Snelling no concuerda con la realidad de la vida humana, normalmente expuesta a problemas y sufrimientos de diversa índole, que quizá, a juzgar por su forma de pensar, nunca antes habían experimentado. Se deduce que la vida fue fácil y placentera para ellos y no toleraban la pérdida de su estatus vital en ningún aspecto.

El matrimonio Snelling, como apunta The Washington Post, se amaba profundamente tras tantos años de vida juntos y felices, en los que habían sido bendecidos con cinco hijos y 11 nietos. Procedían de un ambiente social alto y buen nivel académico. Sin embargo, el 29 de marzo de 2012, Charles Snelling, conforme lo habían acordado e informado a sus hijos por escrito, privó voluntaria y conscientemente de la vida a su esposa y posteriormente se suicidó.

Un suceso estremecedor sin duda, reflejado en el diario como "comprensible, razonable y aún más, deseable". Acertadamente señala la doctora Hunnell, que "dicha afirmación es quizás más alarmante que las muertes en sí mismas".

Muchos de los comentarios publicados en The Washington Post a raíz de semejante noticia, calificaban el crimen de la señora Snelling como eutanasia y era considerado como una "obra de misericordia". Se aplaudía a los Snelling porque buscaron una salida "digna", sin ver que estaban al margen de consideraciones morales y éticas.

Alejandro Dumas, célebre autor de "Los Miserables" y profundo conocedor del dolor que suele atenazar al alma humana hasta simas inconcebibles, nos dice: "El mayor de los delitos es el suicidio, porque es el único que no tiene arrepentimiento". Quizá se aventura en su afirmación, porque únicamente Dios conoce hasta el fondo nuestra alma y la complejidad de sus motivaciones, pero no deja de ser elocuente.

Ajustándonos a la lógica más estricta, no hay la menor sombra de dignidad en la eutanasia o en el suicidio. En realidad, aunque no emitamos un juicio sobre el sujeto y sus motivos, se trata de una fuga frente al sufrimiento, mezcla de cobardía y temeridad frente al juicio divino.

Los que optan por tal camino afirman que la vida llega a ser indigna y despreciable, reduciendo el valor de la persona humana y la existencia trascendente a una medida arbitraria centrada en el placer y la productividad. "Esta perspectiva utilitarista, señala también la doctora Hunnell, sostiene que el sufrimiento disminuye el valor de la vida y que es mejor terminarla cuando no es posible abolir el dolor".

En la encíclica "Spe Salvi" del Papa Benedicto XVI, leemos: "Podemos intentar limitar el sufrimiento, luchar contra él, pero no podemos eliminarlo. Cuando tratamos de evitar el sufrimiento eludiendo todo aquello que nos hiera, (...) hundiéndonos en una vida vacía, en la cual podemos lograr casi suprimir las penas, resultando peor la sensación de falta de sentido y de soledad".

Es muy actual la facilidad para extraviarnos en el mundo de los eufemismos o dar un sentido equívoco a los términos, resultado de la manipulación del lenguaje y de nuestra cultura hedonista. Por ello se acaba ignorando el significado real de las palabras que empleamos: en buen castellano, compasión significa "padecer con".

Únicamente vivimos en verdad la compasión, cuando estamos dispuestos a sufrir con el otro, no cuando pretendemos deshacernos de él porque su sufrimiento nos produce desazón y vemos tal situación como una carga.

Desde luego es muy duro para un esposo ver que la mujer que eligió para compartir su existencia se va extinguiendo, que se acerca la pérdida de un ser amado. Sin embargo el sufrimiento es una oportunidad para dar heroicamente la propia vida a ese ser que afirmamos es objeto de nuestro amor.

Para los creyentes es la ocasión de imitar a Cristo en cumplimiento de la voluntad redentora de su Padre, haciendo a un lado el egoísmo para atender al débil, al necesitado, al vulnerable tan urgidos de cariño. No hemos de permitir que pronuncie aquel "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" de Jesús en el madero de la Cruz. (S. Mateo, 27, 46).

Es importante que el afligido, el enfermo incurable y dependiente, no se sienta sólo ni se considere como una persona cuya autosuficiencia declina y cuyo valor personal disminuye. Visualizarse a sí mismo como alguien que estorba, que molesta, es sumamente humillante y angustioso. Es preciso evitar que imágenes negativas y depresivas conduzcan al enfermo a la desesperanza, a la falta de paz, al deseo de que llegue cuanto antes el final.

En lugar de eso, quienes le rodean han de ser capaces de darle la visión de un tránsito entre el 'hacer' y el 'Ser', con el valor superior que esto implica. Lo único realmente importante en la vida es ser, criaturas predilectas de Dios, sin dar una importancia superior al utilitarismo de una herramienta, o al pragmatismo lleno de suficiencia.

Llegó el momento del crecimiento interior de hondo calado, cara a Aquel por el que fuimos concebidos en total dependencia e indefensión, dentro del vientre materno. Negarle eso a una vida humana, sería un fraude nacido del orgullo, la comodidad y la cobardía, tan ajenos al amor.

El beato Juan Pablo II expresa bella y pródigamente lo que pudimos observar de su propio calvario, al escribir en su Carta Apostólica "Salvifici Doloris": "...podríamos decir que el sufrimiento, presente de diferentes maneras en la humanidad, también está presente para despertar amor en la persona humana que propicie esa entrega generosa del propio yo en bien de los demás, especialmente hacia aquellos que sufren..."

Los muchos Snellings que se acogen a la legalización espuria de la eutanasia o a la salida en falso del suicidio que la cultura de la muerte ha entronizado aún en países de una fe sólida defendida a costa de grandes penalidades y sacrificios, no deben ir en aumento por un silencio culpable frente a gobiernos liberales, camaleónicos u oportunistas que rigen pueblos tímidos que se auto compadecen sin medir su propia fuerza.



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