martes, 9 de marzo de 2010

Junco de la Vega

 

Por: Antero Duks

 

Ahora que el agobio de toda la gente bien nacida es la presencia omnímoda de la delincuencia.  Secuestro, corrupción,  coacción, extorsión, fraudes, etc.,  brillante gama de sutilezas que nos adornan, han obligado a la gente a tomar múltiples precauciones, que nunca pensaron tendrían que tomar algún día.  Esto, desde luego, ha obligado a modificar, y muchas veces a cambiar drásticamente, la forma de vivir.

 

Se ha escrito, se escribe y seguirá escribiéndose mucho sobre este gran mal latente que padecemos los mexicanos.  Pero hace unos días leí un artículo que Carmen Aristegui  escribió sobre Junco de la Vega en 2008.

 

Junco de la Vega ha dedicado su '...vida entera a la publicación de periódicos que han hecho una cruzada por esas causas y... sostenido que esto hará de México un país mejor'. Es obvio que algo sumamente grave tuvo que haber ocurrido para que alguien como Junco -acostumbrado a lidiar, desde su posición y desde hace décadas, con todo tipo de presiones, insinuaciones o francas amenazas de cualquiera de las expresiones de poder en este país- se haya visto orillado a una decisión extrema como el autoexilio reconocido desde Nueva York.

 

Los invitados al almuerzo, ofrecido por la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia el pasado jueves 16, seguíamos con atención los puntos que Junco, como orador invitado, tocaba sobre las fibras más sensibles que describen el entorno trágico de nuestro país: cuando jovencitos son secuestrados y asesinados por gente que se desplaza en vehículos de policía; cuando la intimidación se presenta en forma de decapitados; cuando en la morgue 80 cuerpos esperan porque los doctores no se dan abasto; cuando los niños de cinco años dibujan escenas de ejecuciones o cuando las granadas llegan a las redacciones.

 

Muchos ahí recordaban que semanas atrás, Reporte Índigo, de Ramón Alberto Garza, dio a conocer la carta que Junco de la Vega le hiciera llegar al gobernador de su estado en donde le informaba sobre la decisión de irse de este país en donde los periodistas son amenazados por el narcotráfico.

 

Junco de la Vega contó, entre otras cosas, que recientemente dos reporteros de nuestro periódico en Monterrey investigaban una historia. Se sabía que el dueño de una vulcanizadora de un pueblo cercano estaba siendo fuertemente extorsionado para dar dinero a cambio de protección, que es la manera en que los narcotraficantes se han ido 'diversificando'. El reportero y el fotógrafo visitaron el pueblo y cuando aún no habían pasado 10 minutos, varios vehículos blindados se estacionaron fuera del local, bloqueando la salida. Los reporteros fueron arrojados al suelo y sus computadoras, cámaras, teléfonos e identificaciones con su dirección les fueron arrebatados. Posteriormente fueron golpeados, con el resultado de varias costillas rotas, hombros y tímpanos dañados. Ambos renunciaron a sus trabajos. Contó que no es la primera vez que una cosa así sucede y 'los criminales han dejado muy claro que a menos que los dejemos en paz, no va a ser la última vez'.

 

Podemos encontrar, decía Junco '...todas las razones para abandonar este tipo de reportajes. Podemos encontrar otras más para voltear nuestra mirada a otro sitio. Pero, ¿cómo podríamos? ¿Cómo podríamos ignorar las palabras de Edmund Burke? 'Todo lo que el mal necesita para triunfar es que la gente buena se mantenga callada''.

 

Para cerrar éste, que no era un discurso cualquiera, Alejandro Junco adaptó las famosas palabras de Martin Niemoeller:

 

 'Primero fue la violencia entre los narcotraficantes, pero como yo no soy un traficante, no dije nada'.  'Después fue el secuestro de la gente rica, pero como yo no soy rico, no dije nada'.  'Después vinieron por la gente que causaba conflictos, pero como yo no tengo problemas con nadie, no dije nada.  'Al final, vinieron por mí, y ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí'.

 

Para cerrar, dejó este mensaje: "Todos somos miembros de alguna comunidad y no hay comunidad en el mundo que esté mejor protegida que la de un buen periódico que mantenga su denuncia".

 

 Muchos así lo creemos, Alejandro. No estás solo.

 

(Carmen Aristegui, Reforma, 24-X-2008).

 



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