viernes, 23 de octubre de 2009

Familias cristera: valentía que dejó legado

Por: Cirze Tinajero
jueves, 30 de julio de 2009

La Guerra Cristera mexicana consistió en una lucha de tres años (1926-1929) entre el Estado y la Iglesia; la cual tuvo como origen la llamada Ley Calles, que demandaba la clausura de escuelas religiosas, la expulsión de sacerdotes extranjeros, limitaba el número de sacerdotes a uno por cada seis mil habitantes y se ordenaba que éstos se registraran ante las autoridades municipales, quienes otorgarían su respectiva licencia para ejercer.

Ante dicho decreto los obispos consideraron que no existían garantías para ejercer su ministerio y emitieron un comunicado donde suspendían los cultos desde el 1 de agosto de 1926, día que entraría en vigor la Ley de Calles; por lo que el pueblo mexicano se congregó en las iglesias un día antes para celebrar bautizos, matrimonios, confesiones, misas, etcétera.

Sin embargo, la situación dio un nuevo giro cuando los fieles tomaron las armas y defendieron su fe, naciendo los llamados cristeros, grupo que peleó principalmente contra el Ejército Mexicano, y que fue capaz de articular rápidamente una serie de descontentos locales en diferentes partes de la República Mexicana, como: Guanajuato, Jalisco, Querétaro, Aguascalientes, Nayarit, Colima y Michoacán.

Incluso el Episcopado Mexicano, en su momento, declaró: "El movimiento cristero es lícito, laudable, meritorio y de legítima defensa armada (...) hay circunstancias en la vida de los pueblos en que es lícito a los ciudadanos defender por las armas los derechos legítimos que en vano han procurado poner a salvo por medios pacíficos".

Durante el conflicto se clausuraron numerosos templos, así como capillas particulares, conventos y escuelas religiosas en todo el país. Y aunque el gobierno no quería cerrar las iglesias, sino que pretendía que fueran inventariados y custodiados por las juntas de vecinos, esto no les pareció a los obispos, quienes excomulgaban a aquéllos que colaborarán con este fin.

A pesar de la situación de guerra, la práctica del catolicismo no podía quedar desatendida, por lo que aquí es donde las familias cristeras jugaron un papel fundamental para la subsistencia de la fe.

Las casas se convirtieron en oratorios, y el Papa autorizó una liturgia breve para la misa, permitiendo a los sacerdotes celebrar en cualquier lugar y hasta sin la vestimenta adecuada.

Las familias cristeras abastecían a los cristeros con lo que podían; sus casas también se convirtieron en depósitos de alimentos, ropa y medicamentos para ayudarlos. Aunado a esto, protegían y cuidaban a los sacerdotes que ofrecían culto, y a otras familias que también eran perseguidas; de hecho se dice que había túneles para esconderles.

De igual manera, en sus casas se ofrecían los servicios religiosos, tales como misas, confesiones, bautizos, matrimonios. Y organizaban a los sacerdotes y feligreses sobre la hora y el lugar en donde se celebrarían los sacramentos.

Pero ser una familia cristera tenía sus peligros por el desafío a la ley; incluso varias de ellas fueron arrestadas. Por ejemplo, en Jalisco, la familia Vargas González fue arrestada por proteger y encubrir a Anacleto González Flores, uno de los principales líderes cristeros.

Los agentes arrestaron a toda la familia de los Vargas. Los tres jóvenes hermanos, Florentino, Jorge y Ramón fueron llevados al Cuartel Colorado, mientras que Anacleto fue trasladado a la dirección general de operaciones militares. A la señora Elvira Vargas y a su hija María Luisa las encerraron en la Presidencia Municipal, pero las liberaron al igual que al joven Florentino Vargas por ser menor de edad.

Las acciones de diversas familias cristianas son invaluables y de admirar, pues no sólo defendieron y apoyaron la fe católica, sino también son muestra de la solidaridad y el amor que se puede tener por los semejantes. Gracias a ellas nuestra fe fue defendida y conservada, para que actualmente disfrutemos de ella.

Pero más que la fe, que finalmente es un asunto personal, defendieron uno de los preceptos más valiosos, quizá el más valioso, que posee la humanidad que es la libertad de pensamiento y de expresión.

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