martes, 15 de diciembre de 2009

Si no la pagas, la vas a pagar

 Por: Cynthia Castañeda

agosto / 2009

 

El amanecer pintaba para ser un día como cualquier otro. El despertador indicaba que aquellos "cinco minutitos más" se habían convertido en 20; se había hecho tarde...

 

Correr a la regadera era el siguiente paso. Sin embargo, olvidé que la regadera de mi baño había presentando fallas por toda una semana; de esa llave sólo salían unas cuantas gotas de agua que no servían de mucho.

 

Ante la premura del tiempo, no tuve más remedio que correr al baño de abajo. Sin embargo, para mi mala suerte, presentó el mismo problema. No se trataba de las regaderas. No había agua

Posiblemente los miembros de mi familia también recuerden bien ese día, pues era muy temprano cuando mi desesperación los despertó y, como se imaginarán, la desmañanada no les gustó ni siquiera un poco.

 

Era tardísimo y yo no podía irme sin bañar. ¿Cómo? No obstante, no tuve otro remedio. Luego de que mi papá y mi hermano revisaran que todo estuviera en orden, sin encontrar la respuesta al problema, decidí que era tiempo de correr.

 

Ya por la tarde, regresé lista para, ahora sí, darme un buen baño, arreglarme y salir a cumplir con la jornada vespertina. Me había olvidado del pequeño problemita... lo cual, para entonces, sí me había puesto de malas. Durante mi ausencia, un plomero y un medidor de agua habían revisado si encontraban la causa del problema. No encontraron nada.

 

Mis padres buscaban como locos los recibos del pago y ya estaban planeando ir a presentar una queja con las autoridades correspondientes. ¿Cómo iba a ser que no tuviéramos agua? Si sí habíamos pagado, ¿o no? La verdad es que, lamentablemente, el recibo del agua es algo a lo que definitivamente no le damos mucha importancia en esta casa.

 

Ya un poco desesperada, pues tenía que ir presentable a aquella cena, empecé a buscar opciones. No era la única molesta, ya que todos los que habitamos bajo este techo, nos encontrábamos, como se dice coloquialmente, "chilapastrosos", en fachas, y sin haber podido, si quiera, lavarnos los dientes.

 

El plan B dentro de la situación emergente, contemplaba la búsqueda del servicio de pipa para abastecer la cisterna. Sin embargo, la prisa y yo no teníamos tiempo de esperar a que eso sucediera... tuve que recurrir al plan C: las cubetas y la vecina.

 

Decidí que para no esperar más, la única opción era, rudimentariamente, acarrear unas cuantas cubetas para poder lavarme el pelo. Sobra decir que fui el espectáculo entre los vecinos.

 

El problema fue desesperante y a éste se le sumó la impotencia de no saber qué pasaba ni qué hacer. Después de padecer estas horas de agonía, alguien por ahí dio con la raíz, del problema. Curiosamente, se trataba de una raíz.

 

A las afueras de mi casa su casa hay, desde hace varios años, un árbol de tan grandes dimensiones; el crecimiento de sus raíces obstaculizaron las tuberías y, por consiguiente, el paso del agua.

 

No se trató de la falta de pago, ni de escasez en la colonia, era un problema particular; pero que de igual manera hizo que cinco personas valoraran enormemente el valor de un recurso tan inminentemente necesario, como el agua.

 

Esta tan peculiar experiencia no resultó nada grata. Estamos tan acostumbrados a tan solo girar una llave para tener agua, que no valoramos como se debe las bondades del servicio. Desgraciadamente, la costumbre es tanta, que ya no concebimos el día a día sin agua. Es muy cierto, "nadie sabe lo que tiene, hasta que lo ve perdido".

 

En esta ocasión, la causa de este poco deseable malestar no fue la falta de pago, sino otro problema. No obstante, bien pudo tratarse de ese primer escenario.

 

Aunque suene muy mal, una experiencia como ésta sería la única manera de que todos nos comprometiéramos a cumplir con el pago. Sólo así cumpliríamos a tiempo, sólo así evitaríamos sufrir las consecuencias de nuestra falta de interés.

 

El valor del agua no hay manera de cuantificarlo y si quieres comprenderlo, intenta imaginarte cómo sería uno de tus días sin agua. Piénsalo, pero te aseguro que no sería nada agradable.

 
«La vanidad es la gloria de los pobres de espíritu»

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